miércoles, 17 de diciembre de 2014

Soy una santa en el infierno de los hombres

Doctora Lingan:

Le escribo con la indignación que solo somos capaces de manifestar los puros de corazón. Estoy segura de su empatía, pues es evidente que usted irradia el aura de los santos; como mi hermana la Carmela, que desde chiquita se flagelaba como toda una Santa Rosita.

Lo que me tiene enervada, hasta el punto de casi haberme saltado un misterio gozoso en mi rosario de la tarde, es la completa incomprensión que tienen algunas hijas de Satán (que en mi extrema bondad aún llamo amigas) por la misión que me ha encomendado la virgencita a través de un hermoso sueño. Salva a todas las mujeres de tu entorno de la lujuria y perversión que les brindan los hombres, me dijo la madre de Dios en angelicales trinos. ¿De sus esposos y novios, también? - le pregunté con la meticulosidad que me caracteriza, pues yo lo que hago lo hago bien, así me cueste más porque en este valle de lágrimas debemos mostrar nuestro amor al Señor sin caer en mediocridades. -Sobre todo de ellos - me contesto nuestra Señora, apesumbrada. Los hombres son el pecado, incluso tus hijos, cuando te abandonan luego de tantos sacrificios para querer hacer sus vidas , como si existiera una vida más plena que aquella que vives junto a quien te dio la vida. En fin - continúo la Madre de Todos - en lugar de aceptar su lugar como elemento productivo de la sociedad, trabajando de sol a sol y sin tomar respiro, rematar el día atendiendo las necesidades de su pareja (como el importantísimo deber de escuchar los cotilleos de sus amigas o el más importante aún, de escuchar las quejas interminables contra sus amigas mientras le compra flores y la lleva a comer lechuga a un restaurante 5 tenedores), se rebelan ante dicho estado de noble castidad y se dedican a perversiones varias como no hablar de sus hijos con sus amigos ¡Ni mostrarles las fotos del almuerzo dominical, siquiera! y, sobre todo, pensar en otras mujeres el día entero, mirar culos, sonreir a impulsadoras ¡Bromear con su secretaria! Y claro, esas mujeres no son, tampoco, como usted ni como yo, que en ese caso otro sería el cantar y los pondríamos en su lugar a la primera falta de respeto. Esas mujeres son, en cambio, sucias y corrompidas, dispuestas a destruir la felicidad que tanto nos ha costado solo para reírse en nuestras caras de nuestra bondad, porque en el fondo, nos tienen tanta envidia por que jamás será como nosotras.

Es por eso, hermana (porque todas las virtuosas estamos hermanadas), que tomé en mis manos, hace un tiempo ya, la dura labor de poner en evidencia a los miserables que rondan a mis amigas. No fue difícil; al cabo, no hay hombre que no crea que tiene derecho a una vida propia; y eso se pone de manifiesto con nimiedades como el hackeo de sus redes sociales o contratar a un investigador privado. A la larga siempre se encuentra algo que los desenmascara y de allí vienen la separación y otra oveja al prístino redil de nuestra Madre.

Hasta ahora, me ha ido relativamente bien. La mayoría de las chicas, saben que un hombre de verdad, un hombre que las respete y las ame de verdad, jamás le miraría las tetas a otra (claro que omito el hecho de decirles que ese hombre no existe. ¿Para que complicarles la existencia?) y cuando descubren que su fidelidad es mentira (ya sea de pensamiento, palabra u omisión), acaban con ellos inmediatamente y vienen a engrosar el Club de Canasta de los viernes por la noche, gratas reuniones que placen al Señor, regadas de cócteles y veneno verbal contra el infecto cromosoma Y.

Sin embargo, aún hay algunas que se resisten, que se quieren tan poco que se niegan a repetir el mantra salvador de "todos los hombres son una mierda" y refugiarse en nuestras dulces redes de resentimiento.

Mi consulta, queridisima hermana, es si debemos insistir en nuestra labor evangelizadora o renunciar a salvarlas porque están tan corruptas como "las otras".

Atentamente

Silvana del Campo y Soldevilla Camino-Hoyos. Silvi, para las amigas

Querida hermana

Al leer tu carta, supe inmediatamente, también, que tú eras como mi hermana. Te felicito por tu incomprendida labor. Lo que tú haces es una dificilísima labor, que antaño era llevada a cabo, a duras penas por la también incomprendida, Santísima Inquisición. Es indignante ver cómo hay hombres que se resisten a una agradable castración psicosomática y creen tener derecho a tener sus propias vidas. Pero es aún peor descubrir que hay mujeres que se niegan a ver la vida desde los sabios ojos de Disney, Coelho y todos aquellos grandes filósofos que plagan los memes de autoestima feminista. Mujeres endemoniadas que creen que la vida no es un cuento de hadas y no buscan vidas perfectas y hasta creen que las relaciones pueden no ser para siempre y las disfrutan mientras son. Debo decirte, con pesar, que debes rendirte. Esas mujeres tiene alma de putas, porque una mujer de verdad, una SEÑORA, como nuestra Madre Santísima, sabe que a un hombre hay que dominarlo, lobotomizarlo, anularlo al punto de que llegue a preguntarnos con sincera rabia: "¿Y la Camucha sigue con ese sinverguenza del Pablo? ¡Pobrecita! ¡Tan sufrida ella!" o "¿Te parece si vemos una comedia romántica tomados de la mano?" Y si se resiste, hay que abandonarlo inmediatamente, que no vale la pena. Y, claro, afortunadamente, siempre existen almas caritativas como la tuya, dispuesta a acogerla entre margaritas y vituperios al miserable e indigno macho. Porque en este mundo moderno, ya no podemos ser sumisas y dejar que nos traten como hacen esos trogloditas de los musulmanes. O sea, eso es incivilizado. Lo civilizado es que sean las mujeres las que traten a los hombres como cosas. ¡Eso es modernidad! Y que quiera a tu perrito, por supuesto, y que le de besos. Te diría que me dieras la dirección de tu club, que parece muy entretenido; pero por ahora tengo un viaje urgente a la Casa Blanca, que Michelle sale de viaje diplomático por Asia durante una semana y hay que aprovecharlo.

Besitos