sábado, 19 de febrero de 2011

Mi mujer me engaña con su jefe hipermasculinizado

Muy señora mía:

Aprovecho la presente para saludarla afectuosamente y, a la vez, puesto que la ocasión lo amerita, atreverme a solicitarle, quizás con muy poca educación, que se tome unos momentos para atender a mi solicitud sentimental. Pues, yo, como todos sus devotos lectores, estoy seguro que no existe en este planeta nuestro que llamamos Tierra, persona más capacitada para disipar la oscuridad que, hace ya un tiempo de ello, nubla mi corazón que Ud. dignísima y sabia doctora Lingan.

Mi problema, doctora, no por vulgar, es menos doloroso: Mi señora me engaña con el gerente de la tienda en que trabaja.

El día sábado próximo pasado procedí a recogerla de su centro laboral, ya que a esa hora, la vía pública se encuentra plagada de gente de muy mal vivir. No le indiqué que iba a proceder de esa manera, primeramente porque quería obsequiarle una sorpresa y, en segundo lugar, porque había finiquitado el crédito de mi celular en una llamada de índole laboral.

Cuando me apersoné a las oficinas donde realiza sus labores, me encontré con que todas las luces estaban apagadas, pero había una puerta que no había sido cerrada adecuadamente, por lo que procedí, con natural preocupación de mi parte, a indagar el paradero de mi señora. Cuando había recorrido unos pocos pasos oí, de pronto, unos ruidos extraños, que  me recordaron, inmediatamente, a los chillidos que lanzaban los cerdos que degollaba mi abuela halla en mi niñez campesina que rememoro con añoranza.
Temiendo, prontamente, que estuvieran asesinando un animal, un cachorro quizás, una mascota inocente, que no tiene la culpa de la maldad humana, me lancé en contra del agresor. Y es entonces, que aterrado y sin palabras en la boca, descubrí a mi mujer arrodillada, en posición de estarle orando a nuestro Señor, pero en lugar de tan pía labor, lo que se encontraba realizando me llenó de pasmo y espanto, pues recibía con una lujuria exacerbada -que nunca mostró ante mi persona -y en un lugar fisiológicamente destinado para otros menesteres- algo que, en un principio creí que era un brazo, hasta que descubrí que su lugar de origen se encontraba bajo un abundante estómago cervecero.

La emoción de mi señora por la faena que realizaba era tal, que no se percató de mi presencia, por lo que aproveché para huir hacia mi casa, donde, a partir de ese día he realizado indecibles esfuerzos por hacerle saber que conozco de sus cuitas, pero no me atrevo pues, en el fondo, se me hace difícil mancillar la armonía precaria de mi hogar, sin mencionar que es ella quién provee la mayor parte de nuestro sustento, ya que debo acotar -orgullosamente, por supuesto, que me desempeño como poeta y escritor de efemérides.

Vuestro seguro servidor

Pedro Camacho


Querido Pedrito:

Me llena de satisfacción saber que una profesión tan noble e importante para la civilización tal y como la conocemos,  como es la de narrador de efemérides aún tenga representantes en este mundo descreído y falto de valores. te felicito y sigue adelante en la consecución de tus sueños y, quién sabe, tal vez con el tiempo, y puliendo tu ya delicada prosa alcances el máximo honor reservado a los poetas de tu estilo: La creación de obituarios.

Con respecto a tu problema, debo decirte que no debes considerarlo como tal. Como poeta, ya desde chico has debido aprender que las mujeres sólo los buscan como amigos, si tienen la suerte de que lleguen a hablarles, y que la posibilidad de un romance en el que te conviertas en el centro excluyente de su vida, es, a todas luces, imposible. En tu caso, has excedido las más optimistas previsiones y hasta has logrado formar una familia con ella, cosa que sería comprensible si fuera muy fea. Pero asumo que no es así, puesto que su amante es gerente y muy hombre en sus atributos, por lo que no los desperdiciaría en una mujer de poeta cualquiera.

Date por bien servido, mi amigo. Tienes una mujer que te quiere, pues sino hace tiempo te habría dejado. Está dispuesta a seguir manteniéndote, sin que le sirvas siquiera sexualmente y lo único que tienes que hacer, es dejar que satisfaga sus naturales necesidades y mirar a otro lado. ¿Te parece un precio muy alto por la felicidad? No lo creo, buen muchacho.

Ve inmediatamente al cajero automático más cercano, con su tarjeta de débito y cómprale una torta gigante y una  tarjeta, para que sepa lo agradecido que estás por haberte escogido como su compañero.

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