miércoles, 16 de marzo de 2011

Por culpa de mi físico, no se me toma en serio en la física cuántica

Doctora:

Soy una asidua lectora de su página y estoy segura que, como a tantos otros, sabrá aconsejarme con sabiduría.


Soy una chica que tiene un tremendo problema, y al decir tremendo, me refiero a algo muy, muy grande. Estoy hablando de mi pompis.

Resulta que yo provengo de una familia de artistas: Mi mamá fue vedette, igual que mi hermana mayor, tengo otra hermana que es bailarina exótica y una más, que trabaja en la industria para adultos. Todas tenemos ese elemento común: Un trasero grande, de generosas caderas y -hasta mi mami- completamente paraditos, como si la gravedad hubiera decidido no entrometerse con los atributos familiares.


Usted pensará ¡Cómo se puede quejar esta niña!, pues lo mismo me dicen mis hermanas y mi mami todo el tiempo: "Deberías agradecerle a Diosito", "Tanta raquítica por allí y tu llorando por abundancia".

Yo sé que ellas lo ven de manera profesional. Tener un pompis grande es muy bueno para sus carreras, pero, aunque sé de las excelentes posibilidades de desarrollo laboral que existen en el negocio del entretenimiento, mis aspiraciones son de otro tipo: Yo quiero estudiar física cuántica. Pero todos se ríen de mí. Incluso mis profesores de la universidad se dedican a piropearme y el día que presente un trabajo de investigación que probaba, indubitablemente, la existencia del bosón de Higgs, mis profesores ignoraron el documento y me preguntaron, consternados, porqué últimamente usaba la ropa tan ancha ¿Es que debo renunciar a mis sueños intelectuales, debido a la maldición de mis 97 centímetros de caderas?

Besitos

Brianna

Querida Brianna:

No debes desesperar. El ser dueña de una más que sugerente anatomía no es motivo suficiente para negar tus inquietudes intelectuales -yo puedo ser un ejemplo de ello, que ya me hubieras visto hace cuarenta y cinco años- y, mucho más si tu interés se da en el campo de la física cuántica, plagado -hasta ahora- de machos hipertesteronados que en pleno siglo XXI consideran que el lugar de la mujer está en la bioquímica. 

Sin embargo, no debes renegar, tampoco, de tus atributos. La naturaleza suele dar regalos arbitrarios -como la belleza o la inteligencia- pero, depende de nosotros saber sacarles el máximo partido y aprovechar esos dones para  conseguir nuestro objetivos (así parezcan estar contrapuestos). De la misma manera que si eres extremadamente inteligente, no debes fingir ser una estúpida, a pesar de todos los tormentos que te acarreará esa anormalidad; tampoco debes ignorar que tus caderas juegan y jugarán un papel esencial en el devenir de tus actividades. 

¡Acéptalo! Ninguna institución de prestigio va a tomarte en serio. Para tener oportunidades en el entorno académico institucionalizado, debes ser fea, cuadrada y, de preferencia, con bigote, así que tu ingreso está vedado. ¿Pero es eso realmente malo? ¡Por supuesto que no! No tienes que aguantar a un grupo de snobs pretenciosos que jamás dejarán de mirar embobados tu graciosa anatomía posterior. La solución es sencilla: Utiliza ese encanto tuyo para casarte con un millonario; o mejor, un multimillonario. Una vez casada y dueña del 50 por ciento de sus bienes e ingresos, tendrás dos opciones: Divorciarte o hacer que te construya un construya un centro de investigación y te nombre jefa. Tu no tendrás que rendirle cuentas a nadie y podrás dedicar el tiempo que desees en explorar los recovecos de la simetría gaudiana electrodébil y aún tendrás tiempo de criar una parejita de querubines a quienes agradecer el día que te presentes -toda regia- a recoger el premio Nobel. 

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