miércoles, 20 de agosto de 2014

Soy un traidor y mi vida es un infierno

Doctora Lingan:

Tengo una congoja enorme en el pecho, que crece cada día y amenaza con reventar como puerta de bar. Hace unas semanas he cometido la primera infidelidad de mi vida. Al principio pensé que fue culpa del estrés laboral y del alcohol a mansalva que regaba de felicidad el quinceañero de mi sobrina segunda; y, que entre bailes modernos, conversaciones insulsas y coctelitos de fresa y maracuyá, fui perdiendo la consciencia, inmerso en un suave sopor que olía a lirios del campo y se sentía suave como piel de damasco maduro. Naturalmente, en ese momento no tomé en cuenta que el aroma que me envolvía era el del perfume de mi cuñada, la mamá de Sandrita, y que lo que tomaba por dulce fruta era la piel que sobresalía del atrevido escote que usaba para la ocasión. Solo descubrí la verdad cuando las nieblas del licor se disiparon y abrí los ojos, encontrándo con pavor que mi visión general se encontraba obstruida por los montes lácteos que la desvergonzada canalla que mi pobre hermano ha elegido como cónyuge se frotaban, ávidos, contra mi rostro. En ese momento pensé en gritar que se detuviera. Que su esposo es un santo y ella estaba mancillando alegremente, no solamente su honor, sino, el de la familia al completo.  Lamentablemente, al tratar de hacerla a un lado, mis manos se fueron a posar, trágicamente, en sus redondeces posteriores, lo que le hizo creer, equivocadamente, que correspondía a la bajeza de sus pasiones; por lo que, en ese momento, fue más atrevida aún, y con un par de hábiles movimientos me lanzó contra el piso del baño en el que nos encontrábamos, me desnudo de cintura para abajo y empezó a cabalgarme como si fuera un vulgar pony de feria. El asco inicial fue trocando, poco a poco, en feroz pasión y cuando menos lo esperaba, me descubrí masticando con ardor cada milimetro de epitelio que podía alcanzar mientras duraba el vaivén de nuestros cuerpos. Al terminar, se vistió y con el dedo índice cogió un poco de la innoble viscosidad que había expulsado mi cuerpo en el momento del inevitable clímax y lo llevó a su boca, succionandolo con una sonrisa socarrona. Nos vemos en la sala me dijo y me dejó allí, con el pantalón en las rodillas, mi integridad  moral hecha añicos y una erección monumental, que por mucho que me lavé con agua fría no llegó a ceder hasta bien entrada la noche del siguiente día. Desde ese momento, no puedo dejar de pensar en la infame y cada vez que la veo, aquellas lúbricas sensaciones regresan a mi mente con tal claridad, que tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no empezar a gemir.

Mi pregunta, sabia doctora, es ¿Debo someterme a una castración química con generosas cantidades de Depo Provera? ¿O debo, sencillamente, arrancarme las vergüenzas con una navaja de afeitar oxidada? Ayúdeme, doctora. La culpa me destruye.

Lorne Pío de la Torturación

Infecto Lorne

Me encuentro tentada a decirte que la castración química y quirúrgica serían poco, para evitar que sigas regando seres como tú en este mundo. Tu doble moral y tu hipocresía son lamentables y, presiento, tienen un componente genético cuya propagación debe evitarse. Sin embargo, como profesional que soy, debo dar un consejo justo y verdadero; así que he de decirte que tus desvelos son, absolutamente, irrelevantes. Una adulta sana, en la plenitud de sus facultades físicas y mentales, como estoy seguro que es la madre de Sandrita (A quién desde esta página le deseo todos los parabienes en su mágica transición al mundo de ser mujer), tiene apetitos que, lamentablemente, no suelen ser saciados en su totalidad por el esposo de turno. Lo normal, en el tiempo de nuestra abuelas, era la resignación. Pero eso a cambiado y la sana búsqueda de nuestra plenitud femenina es vista con naturalidad (claro que entre mujeres. Es el tipo de cosas que no se comentan con el sexo opuesto). Sin embargo, como toda mujer es, en el fondo, casera por naturaleza, trata de buscar satisfacción en el entorno más familiar posible. Es así que, un primo segundo, un primo hermano, un cuñado, o hasta un hermano (en casos muy extremos) sirve de solaz a nuestros cuerpos, sin el estrés de un amante que nos obligue a salir de nuestro hábitat diario; y nos permite alcanzar la tranquilidad corpórea para seguir lavando, planchando y cocinando para el verdadero amor de nuestras vidas, con una sonrisa afectuosa y sincera. 
Debes agradecer, Lorne, que el azar te ha permitido ser de alguna utilidad en la vida y debes saber que ese acto del que tan cobardemente te averguenzas, ha permitido alargar la felicidad conyugal de una pareja, al menos por unos meses. 

Finalmente, te recomiendo utilices el resto de tu vida en una empresa más edificante que hablar mal de una SEÑORA, con todas sus letras; por lo que, hacer un voluntariado como target de misiles en Gaza, sería lo mas adecuado.

Atentamente

Maqui.







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